Pocas veces una ciudad ha estado en manos de sus gentes. Barcelona, algunas veces, pocas, pero con una intensidad tal que el recuerdo de aquel amanecer, de aquella fiesta solidaria a lo largo de días o semanas aún les obsesiona, a ellos para intentarlo otra vez, y a sus enemigos para evitarlo. El temor a que estas gentes vuelvan a ocupar su ciudad y a ocuparse de ellas mismas aúna en su contra a todos los partidarios de la muerte: capital, estado, iglesia, ejército. Y el ansia de que aquello vuelva ha mantenido en rebeldía a la parte más decidida y más festiva de este pueblo y, a la espera del próximo intento, a todos los partidarios de la vida.
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